Último viaje: Mar de Mármara y Ankara

Esta es la historia de un viaje tan improvisado como cojonudo, genial broche a este capítulo de mi experiencia en Turquía. Vamos por partes pues.



Yalova

Yalova es una ciudad, más bien pueblo, de la costa sur del Mar de Mármara. El que baña también a Estambul, más al norte, y las aguas del Bósforo, el estrecho que separa dicha ciudad y dos continentes: Europa y Asia, aunque esto es un poco discutible. Si usted pregunta, no he escuchado nunca a un turco decir que se sienta asiático. Digamos, pues, Europa y Anatolia. Turkey is different.


Resulta que en el festival que os comenté en el anterior post, en Siirt, conocí a varios grupos de chavalas que estudiaban en la universidad de allí, de Yalova. Hice buenas migas y me pareció una ocasión extraordinaria para hacerles una visita en el que sería mi último viaje por este país. Animado por la idea de ir a un sitio de playa y a una zona desconocida para mí hasta el momento, me dispuse a ir (alone) y tragarme las 17 horas de autobús pertinentes, amenizadas por las prestaciones de los lujosos autobuses turcos, con pantallas táctiles en cada asiento, tomas USB... viendo mis series.

Dije al principio que este viaje fue improvisado porque, en la misma mañana que me iba, la individua con la que había quedado —y basado mi viaje me dijo que iba a estar ocupada y que no podía recibirme. Con todos los billetes comprados, antes de salir se me ocurrió mandarle un mensaje a una segunda persona, que resultó ser mi salvadora, no sólo recibiéndome sino buscándome hospedaje en casa de un amigo y pasando todo el tiempo conmigo. Eternamente agradecido... Gökçen.

En fin. No eché fotos pero intentaré describir el pueblo mínimamente. Yalova me pareció del estilo de los pueblos costeros que había visto no hacía mucho en el viaje a la costa sur-oeste, rollo Fethiye, por ejemplo. Muy influenciado por el turismo para ofrecer un aspecto moderno y desarrollado, dentro de lo apacible que me pareció, quizá por haber ido en mayo. Una muestra más de la brutal división de este país entre este y oeste y otra razón para haber terminado sintiéndome más apegado al rollo del oeste, como único entorno donde podría vivir. El exotismo de la Turquía profunda del este está bien para hacer un viaje y conocer los tremendos contrastes de este extenso país. Pero no he terminado de empatizar con la tradición y la austeridad. Llamadme pijo.

La historia de Alex Lincon Smith

Gökçen, yo, "Alberto", otro chavea y Alex, con una camiseta de España
Uno de los alicientes en Yalova fue conocer al personaje que os voy a describir a continuación. Llamémoslo Alex. Resulta que estábamos desayunando tranquilamente en un bar cuando uno de los chavales de la mesa de al lado se dirige a mí en inglés, viendo que soy extranjero. Tras varios intercambios de preguntas típicas sobre nuestra vida (de donde eres, qué haces aquí...) se muestra tan enigmático como... peculiar y se termina sentando frente a mí, animado por ser yo español, tras confesarme que adora España. Seguimos hablando un poco y descubro que detrás de su aspecto, normal si no fuera por la gorrita de USA, había un tío verdaderamente especial.

Alex es ciudadano irakí, pero su corazón es yankee. Huído de su país con 16 años, su único anhelo es rehacer su vida algún día en Estados Unidos. Su existencia se complicó radicalmente cuando un día, caminando por las calles de Bagdad, le llamó la atención la existencia de una iglesia, en un país extremadamente islámico. Entró, escuchó a alguien hablar de las virtudes de El Señor y salió maravillado, renovado, convertido al cristianismo. Aquella decisión le arruinó la vida. Dice que volvió a su casa para, entusiasmado, contarle a su madre lo que había oído. Desde ese mismo momento se ganó un infierno en su propio techo. La vida se le fue complicando a medida que el rumor sobre su conversión se extendía. Un derecho asumido en muchas otras zonas del mundo, en Irak es visto como una traición intolerable, castigada a veces con la muerte. Me contó que sus propios padres se volvieron en su contra. Tuvo que permanecer refugiado en casa durante meses, tras recibir amenazas de muerte y, dice, tres intentos de asesinato de los que se libró “por la gracia de Dios”.

Finalmente, se vio obligado a escapar. Un amigo le arregló los papeles para abandonar la capital y, llegado el momento, coger un vuelo hacia la salvación. Sin pensárselo dos veces, voló hacia Grecia, dejando atrás absolutamente todo, iniciando un camino de soledad hacia rehacer su vida por completo. Tras una semana, se vio refugiado en Yalova, donde lleva unos cuantos meses, pendiente de recibir de Ankara algún día los documentos pertinentes que le permitan cumplir su sueño de ser ciudadano americano.

Además del cristianismo, Alex ha abrazado, como digo, la estética yankee, de influencia latina, para más señas. El tío había aprendido español gracias al canal TVE 24 horas y a su obsesiva devoción por Shakira, además de otros cuantos artistas más del pop latino... comercial. Fue muy gracioso que, cada vez que se equivocaba con alguna palabra en castellano, en vez de asumir su error lo achacaba, convencido, a que “en latino se dice así”...

En fin, un personaje la mar de entrañable, a la vez que un poco cansino, pero de buen corazón y grandes cojones. Con él y con Gökçen pasé buena parte de mis tres días, mal contados, en Yalova (incluyendo una visita demasiado fugaz a la universidad de Bursa).

Estambul

Con varios días por delante y sin querer importunar demasiado más a las amables personas que me acogieron en Yalova, decidí llamar a un amigo mío que está currando en Estambul, a ver si le apetecía acogerme. Tras confirmarlo, me cogí un ferry para allá. El trayecto (hacia la zona europea de Estambul) dura hora y media y el precio fue asequible (17 TL 7 €), aunque varía según la antelación con que compres el billete.

En realidad, aunque nunca os he contado nada de la ciudad emblema de Turquía, supuso la tercera vez que visitaba Estambul. La primera, el verano pasado, en un crucero con mi familia, sólo unas horas, lo justo para ver lo más representativo y bonito: Sultanahmet. La segunda fue durante las Navidades pasadas, volviendo del parón que hice para regresar a la patria. Fue para pasar fin de año con los Erasmus y me resultó lo suficientemente decepcionante como para que se me quitaran las ganas de contar nada. Esta vez tampoco he visto demasiadas cosas nuevas, aunque siempre es magnífico volver a una ciudad impresionante como es esta. Curiosamente, la segunda vez que lo hacía vía mar, algo ciertamente recomendable.

Vista de Sultanahmet (Agia Sofía y Mezquita Azul)
Total, que fueron otros dos días con mi colega Onur, en los que nos movimos básicamente por la zona de Taksim, el corazón de la vida nocturna, y social en general, de la cosmopolita Estambul. Esta vez me llevé una impresión especialmente desagradable de la ciudad, la verdad. La encontré especialmente abarrotada e insoportable. 18 millones de personas lo refrendan...

Calle principal de la zona de Taksim
Ankara

Después de Bursa, en la que me habría gustado pasar un día entero, Ankara era la otra de las ciudades que me apetecía conocer. Pero, como ya digo, el carácter improvisado de este viaje me trastocó un poco los planes. Tras despedirme de Onur y sus amables amigos, pillé un autobús para Ankara, desde donde tenía el vuelo de vuelta a Gaziantep (bueno, una vez más, a Adana, que están siempre más baratos). Allí me esperaban dos muchachas lituanas, amigas comunes de las lituanas Erasmus en Gaziantep, que me dieron la gloria, una vez más, con el asunto del hospedaje. Resulta que vivían en un piso muy particular, con dos plantas y mogollón de gente por allí danzando siempre. Entre ellos, conocí a una chica finlandesa (o finesa, ojo ar dato) muy simpática, que se ofreció a visitar lo más representativo de Ankara conmigo. Sólo tuve la mañana del siguiente día, que me dio para ir a la fortaleza del casco antiguo...


Al mausoleo donde está enterrado Atatürk, el archi-idolatrado padre de la república de Turquía (1881 – 1938), que fue el que designó a Ankara como la capital del país...


… Y a un museo de mierda, que mi guía señalaba como el mejor de Turquía (!) y que nos hizo perder bastante tiempo porque estaba mal señalado, para más inri. El de las Civilizaciones de Anatolia.

Con mi amiga finlandesa, Aino, en el mausoleo de Atatürk
Y bueno, así, de forma bastante satisfactoria a la par que algo extenuado, concluyeron mis experiencias viajeras en Turquía. Hoy, 30 de mayo, me quedan ya sólo 5 días aquí y me encuentro cogiendo fuerzas para el proyecto Eurocopa. En estos días contaré alguna cosa más, incluyendo algún tipo de conclusión sobre esta cojonuda experiencia, para cerrar el blog. Todo se acaba, cabesa...

Hasta luego, Kurdistán

El finde pasado me despedí de un cachito de Turquía. Se celebraba una nueva edición del GapGenç Festival, un evento de carácter internacional, que congregaba por cuarto año a jóvenes turcos y de todo el mundo, principalmente europeos haciendo alguna actividad de voluntariado en este país.


Este festival se viene celebrando en ciudades del este otomano desde hace cuatro años. El año pasado fue en Gaziantep y ésta vez en Siirt. Se trataba de la excusa perfecta para conocer 'la Turquía profunda', el 'este muy este', la parte turca del Kurdistán, si se me permite utilizar el polémico término que representa ese ficticio país.

Con la motivación de que mi amigo Idris también asistiría, me cogí un bus nocturno destino Batman, ciudad cuya gracia e interés se acaba tras leer el nombre. Los tres días que han habido entre que llegué del oeste y decidí ir a este festival han sido suficientes para retractarme de aquella premisa que comenté en el anterior post. A lo de “cualquier ciudad visitada parece más guapa que Gaziantep habría que añadirle [ciudad] occidental. Tanto la del hombre murciélago como Siirt, donde me desplacé luego para el festival, no me resultaron más que lugares de subsistencia para la humilde gente que habita esta región, con formas de vida tan básicas y rutinarias, anclados en la tradición... nunca sabré bien si felices, deprimidos o, simplemente, indolentes.

La propuesta del festival, en cuanto a actividades, no me convenció mucho. Por un lado, me parece perfecto que exista el mundo del voluntariado: una causa filantrópica que, además, te puede ayudar a esquivar las ingratitudes del mundo laboral, tal y como está la cosa. Pero, por otro lado, soy muy escéptico con los ambientes estos de “cambiemos el mundo, hagamos talleres...”, más aún cuando comprobé que todo estaba bien manipulado y acondicionado para la propaganda política.

Todo mi respeto se fue al carajo cuando entré en una de las conferencias y allí estaba el típico séquito de individuos trajeados, con la pose de “qué cojonudos somos y qué bien se vive con tu dinero, carajote”. Previa escucha del himno de Turquía -todos en pie- hablaron, entre otros, dos ministros (el de Desarrollo y el de Relaciones con la Unión Europea, o algo así). Fue entonces cuando esa juventud tan crítica y revolucionaria se transformó en el público ideal que son las señoras mayores del plató de Saber Vivir. Aplaudiendo cada dos frases, independientemente de lo que el mangante de turno dijera, dejados llevar por unos discursos llenos de conciliación, optimismo y de ideas cojonudas en general. Es ahora cuando me veo obligado a catalogar a buena parte de estos jovenzuelos como 'comeflores' (término acuñado por mi amigo el Papa).


En fin, al menos por las noches hubo conciertos al aire libre y todo fue gratis: entrada, acampada y comidas. Conocí a gente de todos lados, y eso siempre mola.

Total, tal y como habíamos planeado, estuvimos viernes y sábado en el festival y el domingo visitamos un par de lugares en el camino de regreso. Primero, Hasankeyf, un pueblo de gran riqueza histórica, habitado desde tiempos prehistóricos y por el que pasaron un buen número de civilizaciones antiguas: árabes, mongoles, otomanos...


Hoy en día, evidentemente, la mayoría de su población es kurda. El enclave me resultó verdaderamente impresionante, por lo bonito del valle, con las suaves montañas y el río Tigris serpenteando.


En este enlace están el resto de fotos y aquí un video del Idris haciendo el majara :-D


Sin disponer de mucho tiempo tiramos para Mardin, una de las ciudades destacables en la zona, lugar de origen de mi amiga Asu. Teniendo poco más de dos horas y estando más cansaos que el demonio tras no dormir la noche anterior, sólo nos alcanzó para acercarnos al centro y echar unas partidas de tavla bajo la cima de la montaña y el castillo que presiden la ciudad, con grandes vistas de la eterna llanura que se extiende a partir de la ciudad.


Y bueno, montándome en un autobús rumbo a Gaziantep me despedí de la Turquía profunda, esperando que todo sea un “hasta luego” de aquí a que me vaya, pues no quisiera pensar que no tendré la oportunidad de volver.


12 días en el oeste, la otra cara de Turquía

Desde que volví del parón navideño, el tiempo ha estado corriendo a su antojo: primero lento, durante la hibernación, y ahora que llegó la primavera y todo se anima, demasiado rápido. A falta de sólo un mes para terminar esta magnífica experiencia, he tenido el privilegio de realizar una ruta bastante completa por la costa sur-oeste de Turquía. Este viaje me ha permitido, aparte de subir unos tonos el bronceado de la piel, completar (y mejorar) mi visión de este país, tan extenso y diverso en paisajes. Tan bipolar y fragmentado en dos mundos de diferentes evolución y creencias: este y oeste, tradición y desarrollo, campesinos y turistas, kurdos y turcos.

Primera parte: Izmir (Foça)


El comienzo del viaje tenía como referencia un festival de música electrónica en la playa que nos tenía a todos (Miguel, Osman y un servidor) muy ilusionados. El sitio, un pueblo llamado Foça, a unos 70 km. al norte de Izmir, una de las ciudades modernas más destacadas de Turquía, tercera en población (tras Estambul y Ankara).

Para llegar, pillamos un vuelo desde la cercana ciudad de Adana (20 € con Sun Express, una de las compañías molonas aquí para estas cosas). Debido a que el avión salía por la noche, pudimos permitirnos ir en autostop desde Gaziantep y tener aún tiempo de tomarnos un cafelaso en el Starbuck's de la ciudad, que me habían comentado su existencia y tenía un montón de ganas de respirar un ambiente moderno europeo (aunque, sí, excesivamente pijo) y de probar un café de verdad tras meses.

Lamento decir que con Adana también se cumple esa regla de que “cualquier ciudad visitada parece más guapa que Gaziantep”. Aunque la regla se cumpla para sitios no-orientales: del oeste o del norte. Me pasó hace poco con Kayseri, evidentemente Estambul, Trabzon y ahora con ésta. Que mira que da coraje, porque está sólo a 200 km. Parece pues que hay como un “telón de acero” entre esa ciudad y la mía, que marca esa diferencia que digo entre este y oeste.

Total, que hicimos noche en Izmir, sin visitarla más que moviéndonos del aeropuerto al centro. Hablando ya del evento en sí, si la música no fue del todo plato de mi gusto y se esperaba que acudiera más gente, el resto de circunstancias fueron favorables. Principalmente, el enclave: un llano entre los montes de la costa, formando una calita mirando a las mini-islas del Egeo. Después, buen tiempo, tres días de acampada, gente (personajes) de muchos sitios de Europa, turcos europeizados y el bonito pueblo de Foça a 7 km. No, no me quejo.

Segunda parte: Denizli y Pamukkale


Tras el festival tiramos para Denizli, donde nos reunimos con las tías (Aga, Greta y Milda), que empezaron su viaje por el oeste al mismo tiempo, haciendo el recorrido contrario, desde Antalya. Allí nos acogió amablemente, como siempre sucede, la familia de un amigo de Osman. Fueron dos noches con un día en medio en el que visitamos Pamukkale, uno de los lugares más llamativos, conocidos -y por ello, turísticos- de Turquía.

Pamukkale (“castillo de algodón”) es el nombre que recibe una peculiar zona natural formada en la montaña. Las características químicas del agua que circula por aquella ladera, rica en bicarbonatos y calcio, provoca la solidificación de piedra caliza, de color blanco puro, creando un sitio de la hostia. Bueno, ya lo veis en las fotos.

Además, en la cima de la colina en cuestión están los restos de la antigua ciudad griega de Hierápolis (s. II a.C.).


Tercera parte: Fethiye y alrededores


De nuevo buscando la costa, esta vez la del Mediterráneo, asentamos un nuevo campamento base en Fethiye. La amabilidad extrema de Umut, el couchsurfer que nos recibió, nos hizo sentirnos como en casa y terminamos quedándonos cuatro noches allí. En esos días seguimos haciendo turismo de costa, básicamente, por los bonitos lugares de la zona.

Tumbas "licias", de la antigua ciudad de Telmessos. Hoy, Fethiye
Que no se me pase contar que una de esas diferencias que digo que he notado respecto al entorno de Gaziantep es la vegetación: mucho más verde, menos árido, todo lo que he visto en el este. Montañoso también, pero Turquía es un país con relieve prácticamente a lo largo de toda su geografía.

Atardecer en Fethiye
Precisamente esa condición montañosa permitió a mis amigos hacer parapente. Todos menos Osman y yo, que no lo vimos muy claro... Al final, según nos contaron, no es pa tanto, porque vas con un monitor, “demasiado” controlado.

Esto es el cañón de Saklıkent (“ciudad escondida”) y sus alrededores. No fue nada del otro mundo, porque había mucha agua y hubo que quedarse en el principio. No pudimos caminar a través de él.



Y esta es la playa de Ölü Deniz, de la que pude disfrutar dos días. Poco que añadir :)


También fuimos a un lugar conocido como el Valle de las Mariposas, sólo accesible en barco desde la playa de Ölü Deniz. Se supone que allí habita una especie autóctona de mariposa. Yo vi algunas pero no sé hasta qué puntos eran de esa especie que digo...

El factor “vivir el momento” impidió que echara fotos. Añado una “de archivo” de todas formas.

Turkishtravelblog.com
Cuarta parte: Olympos


Con el vuelo de vuelta comprado, nos quedó un día para visitar algo en la zona de Antalya. Teniendo en cuenta que la ciudad en sí no despierta demasiados intereses, y descartando también ver más ruinas antiguas, nos decantamos de nuevo por la naturaleza, por playa entre montañas. El desplazamiento desde Fethiye, en autobús, fue especialmente tedioso y nos quedó la luz justa para poner las tiendas en la playa y buscar algo de leña y hacer una hoguerita por la noche, antes de dormir.

También aquí me habría gustado hacer más fotos. El acceso a Olympos no es demasiado fácil, cosa que favorece que esté bastante menos concurrida que una playa de pueblo o ciudad. Otra playa paradisíaca, de agua cristalina y entorno natural brutal, con un acceso entre ruinas de varias civilizaciones antiguas. Además, no sé bien debido a qué efecto, cuando llegamos había una luz blanca, casi cegadora, que cubría todo el cielo y se reflejaba en el mar, inundándolo todo de un aspecto pues eso, verdaderamente paradisíaco. Quizá esta sea especial respecto a las otras, y una de las más bonitas que he visto en mi vida, sin duda.

Quinta parte: Universidad de Adana

Después de lo renovador que estaba siendo el viaje, Osman y yo nos resistimos a volver tan de sopetón a la rutina de Gaziantep. Aprovechando que el avión de vuelta, desde Antalya, aterrizaba en Adana de nuevo, decidimos quedarnos para conocer una de las universidades de allí, famosa por estar situada en un bonito lago, y envidiada, al menos por mí, por contar con casi un centenar de Erasmus (en Gaziantep fuimos 16 en el primer cuatrimestre, ahora 9).

Misión cumplida. Conocimos a varios de esos Erasmus y nos dimos los contactos para futuros encuentros. A ver si es posible que, en este mes que queda, se me pega algo de la vida Erasmus, que la mía está siendo la más atípica de los habidas y por haber. ¡Y no por ello peor, sólo diferente!

Total, aquí he subido algunas fotos más del viaje este. Son las mismas que subí a Facebook, por si acaso. Un bezito.