Laura

Taşev
Ponle que fue un veintitantos de septiembre cuando la conocí. Yo acababa de llegar a Gaziantep. Tampoco tengo claro si fue la primera, la segunda o la tercera semana. Lo que sí recuerdo es mi expectación por conocer a esa chavala española de la que nos habían hablado en la facultad. Mucho más nítida queda en mi memoria la primera imagen de Taşev, la asociación donde trabajó hasta hace poco, hasta que se le acabó la beca. Recuerdo los pasos hacia la fachada de aquel bonito edificio en pleno centro, con aquel cartel que decía ‘Welcome home! Laura & Lau’, con las banderas española y lituana, por su tocaya.

Lo primero que conocí de ella fue en verdad su voz, a través de alguna ventana del piso de arriba, explicando algo en plena clase. Enseñando español a turcos, así básicamente se ha ganado la vida sus cinco meses en Turquía. Y puestos a recordar esos orígenes, lo que nunca olvidaré es aquella primera impresión, refrendada día a día hasta hoy –nuestra despedida–, de tener ante mí a una persona arrolladoramente expresiva, sociable y con el más sincero interés por la vida.

Yo me considero tímido. Cuando no conozco a alguien, tiendo a mimetizar su comportamiento, pero en aquel primer encuentro me vine un poco abajo. Me acojonó ver su desparpajo y su total aclimatación al sitio, frente a mi condición de recién llegado y despistado. Suerte que hemos tenido tiempo suficiente para conocernos y mostrarnos tal y como somos, que es cuando se puede decir que ha cuajado una amistad. Con poca gente como con Miguel y con ella he podido soltarme a gusto con mis ironías, mis canturreos –que tanto la frustraron por pegadizos–, y mi peculiar jerga de mis colegas de Jeré, de la que sé que también se lleva algo. También quiero agradecerte haber soportado mis estreses viajeros y mis penas del diario.
Mohamed, Laura, Miguel y yo en una excursión al campo de los primeros días
Quien haya seguido mínimamente el blog sabrá que Laura ha sido mi compañera de viaje estos dos meses y pico. Este post, además de para desahogarme y dedicarle unas palabras, es para contar lo relevante que es esta muchacha. Ya no para mí sino para todo el que la conozca, porque aseguro que nunca he visto a alguien con tal don de gentes y habilidad comunicativa. La tía se las apaña para cautivar a propios y a extraños (“a turcos y a Erasmus”) con sus cuatro nociones de turco y su inglés tan característico, con buena base y ningún apego por la pronunciation. Las barreras idiomáticas las compensa con un lenguaje corporal que roza lo cansino, motivo de no pocas parodias. Cómo olvidar su dominio del Spanglish, incluyendo traducciones literales de refranes y frases hechas tan deliciosas como “You are always with the same cantinela”.

Después de estas breves pero necesarias pinceladas, me vuelvo a dirigir a ella, a ti. Aunque hace un rato me has dicho que no te gustan las despedidas, yo nunca he podido autoengañarme. Por eso estoy triste, por sentir tu pérdida, aunque le hayamos querido quitar importancia porque nos veremos en verano. Ya te he dicho que va a ser extraño no verte en esos seis meses que me quedan. Perder la referencia de una persona sensata, alegre y cariñosa como tú va a ser un poco como perder el norte. No estoy insinuando que, por edad, hayas suplantado algunos rasgos de mi madre. No hombre sí, lo acabo de insinuar. Pero es mentira, arcadaş.

Creo que podría escribir algo más, pero me he dejado el pijama debajo del vaquero y estoy pasando un viaje de calor en el autobús [Diarbakır - Gaziantep]. Permíteme una mención especial, dentro de esta mención especial, a tu madre, por leer mi blog con demostrada atención y darse cuenta de que la imagen del fondo son vasijas marroquíes (para hervir el cuscus creo que me dijiste). Ya sospechaba yo que no tenían que ser muy de aquí, pero dan el pego (o van “al pelo”, como tú dirías).

Quisiera pues terminar ofreciéndole una canción que me entusiasma últimamente y que creo que sirve para volverte a decir un hasta luego con buen rollo. Exijo algún tipo de respuesta al respecto, jovencita!

Diez días en el noreste de Turquía y Georgia

Sin más preámbulos que lo que comenté en el post de antes de irme, procedo a contaros cronológicamente este, mi último viaje. Tras varios días de elaboración y otros tantos de problemas técnicos, me ha quedado un texto largo, pero el viaje también ha sido así :)

Día 1: Gaziantep – Amasya

Salimos de la estación de autobuses (otogar) de Gaziantep en la tarde del jueves, pero incluyo ese primer tramo como parte del viernes, el primer día enteramente aprovechado del viaje. 12 horas de autobús por delante hasta Amasya, una ciudad no muy grande situada entre montañas, en el norte pero todavía a cierta distancia del Mar Negro.

Ahora que ya ha pasado, tengo que reconocer que el camino fue un poco infame. Nada de autopistas en casi todo el trayecto. Cruzamos el país entero, de sur a norte, por carreteras que en España serían más comarcales que nacionales. Aun así las vistas se vuelven magníficas a partir de la mitad del recorrido, con el entorno cada vez más nevado. No me esperaba encontrar nieve tan pronto, pese a que el termómetro bajó en plena noche hasta 1ºC. Recuerdo especialmente despertarme de la última cabezada con la imagen impresionante de ir de repente entre colinas nevadas infinitas, con el horizonte cubierto por la niebla. Luego me acojoné un poco porque poco antes de llegar atravesamos un puerto de montaña bastante imponente, no ya por las curvas sino porque la carretera estaba helada.

Al llegar a Amasya nos reunimos, los tres españoles, con el resto de nuestros amigos, que habían llegado unas horas antes. Algunos de ellos tenían la intención de emprender el camino hacia Georgia nada más llegar, pero la belleza del sitio les convenció para quedarse allí el primer día. Para muestra, las fotos.


Por la noche conocimos a una pareja de jóvenes que habíamos conseguido que nos hospedaran. Fue todo un triunfo conocerles, ya no sólo por la enorme hospitalidad que hay que tener para meter a extraños en tu casa sino porque resultaron ser muy interesantes personas. Ella psicóloga, como Laura, y con muy buen nivel de inglés. Él, profesor, futbolero y muy interesado en política, sociología… Totalmente ateos y asqueados de la religión, se habían casado pocas semanas antes para evitar tener que esconder que estaban viviendo juntos.

Tras charlar amistosamente y cenar, una vuelta por la ciudad antes de ir a dormir y despedirnos de ella. Un té de manzana (elma çay), fruta muy típica en la zona, y varias cachimbas (nargile), también de ese sabor, sirvieron para cerrar este primer y largo día.

Día 2: Amasya – Trabzon

Dejamos Amasya para iniciar un día de clara transición, empleado en avanzar hacia el este hasta llegar a Trabzon, ya a orillas del Mar Negro y a unos 450 km, distancia suficiente para consumir todas las horas de sol sólo con el desplazamiento.

Todo lo hicimos en autostop, como ya es costumbre. Definitivamente, es facilísimo viajar así en Turquía. Es curioso que todo el mundo advierte de que es peligroso pero también la mayoría de la gente está dispuesta a subirte amistosa y servicialmente.

Cubrimos todo el trayecto en sólo dos coches. Primero un chaval nos llevó de Amasya a Samsum, al norte, logrando contactar con la carretera que bordea toda la costa del Mar Negro. Luego una pareja que venía de Estambul nos montó justo cuando estábamos a punto de cambiarnos de sitio. Tuvimos suerte.

Un porrón de kilómetros hasta Trabzon, siempre con el mar a la izquierda y la verde montaña a la derecha, por una autovía a menudo interrumpida por poblaciones costeras con amplias bahías y paseos marítimos. Un camino muy bonito, vaya.

Miguel, el 'fichaje' Benjamin, Filip y yo
El primer contacto con Trabzon consistió en dar una vuelta por el centro y buscar alojamiento y algún lugar para la fiesta, pa eso era sábado y habíamos tenido un día de aturdimiento. Ni con las vacaciones estas del Bayram se animan los turcos, que en el norte del país siguen teniendo un concepto bastante distinto de la diversión en sociedad, para mi desgracia.

Aún así, unos chavales que conocimos nos procuraron una especie de fiesta privada, un poco desconcertante. Improvisaron unos camareros y un DJ antipático que cortó el rollo en seco a las 2. Por lo menos conocimos a Benjamin, un personaje que creo que se merece una mención especial por ser el primer turco que veo que va de to menos sereno.

Día 3: Trabzon

Del día entero en Trabzon se nos fue medio esperando a las tías. Nos habíamos dividido para dormir: Miguel, Filip y yo en un hostal y ellas en casa de una chavala turca. Seis muchachas acicalándose una a una y claro… perdimos toda la mañana.

En definitiva, ese día lo dedicamos más a esperarnos mutuamente que a ver cosas. Lo más relevante, sin duda, fue comprobar el extraordinario ambiente futbolero que hay en la ciudad. Era día de partido y los aficionados empezaron a pasear por las calles desde por la mañana, con algún atuendo con los colores tan característicos del Trabzonspor: celeste y grana. Hay verdadera devoción por el equipo. La ciudad y el club están totalmente integrados. Comparten escudo, colores, sentimientos... Ante tal ambiente, me permití el capricho de comprarme la camiseta.

Pasamos por el estadio pero nadie más aparte de mí quería entrar al partido, así que decidí hacer un esfuerzo y renunciar para poder seguir viendo la ciudad con el resto de la gente. Lo peor que pude elegir. No hicimos más que andar por calles grises hasta un museo de escasita importancia, la verdad. Terminé enloqueciendo por estar perdiéndome el partido y tiré para el estadio con Laura y Filip. Conseguimos que nos dejaran entrar y ver los últimos 15 minutos, suficiente para quitarme la espinita y vivir aquel ambiente magnífico.


Como último dato futbolístico, decir que en el Trabzonspor juega Zokora (el que se 'desmaya' en el video), ex del Sevilla, y que el equipo está este año en Champions (en el grupo del Inter), ya que la temporada pasada quedaron segundos, por detrás del ¿corrupto? Fenerbahçe.

Aquí dejo las fotos del resto de cosas que vimos ese día en Trabzon.


Día 4: Trabzon – Hopa

Otro día dedicado a desplazarnos. Decidimos dormir en Hopa, uno de los últimos pueblos costeros antes de la frontera con Georgia, para cruzar al nuevo país al día siguiente, con toda la jornada por delante.
Paramos a comer en Rize, donde nos deja nuestro amable primer conductor, que nos invita a comer pescaito del bueno: boquerones, salmonetes y pijotas. Primera vez que lo probaba en casi dos meses en Turquía, más allá de las latas de atún (muy caras). Yo no soy mucho de pescao pero fue gloria bendita. Ya apetecía, después de tanto kebab de pollo y sopas extrañas de cordero.


Ya en Hopa, nos recibe un vendaval del copón. Vemos el atardecer y nos ponemos a buscar hospedaje. Nos fallan los dos couchsurfers que teníamos apuntados y activamos inmediatamente el plan B: hostales de mala muerte (que diga, baratos). Preguntamos en un par de sitios que resultan ser prostíbulos, pero no nos convenció el asunto y optamos por un hostal de los normales, negociando el agua caliente y la calefacción. No es broma. Al final elegimos la tarifa “sin lujos”, para que no se fuera del presupuesto.

Por lo demás, Hopa es un pueblecillo de mala muerte. No sabíamos ni dónde estaba el centro, que debía ser la calle de los burdeles. Lo pasamos muy bien de todas formas, primero con unos colegas que hicimos en una licorería, que nos invitaron a las últimas botellas de vino, y luego lo mismo en otra tienda, con otra gente. Fue una de las pocas situaciones que me han recordado a España hasta ahora: el padre de familia ‘esbardao’ abonado al bar 24 horas…

Día 5: Hopa – Batumi

En la mañana de este quinto día vivimos la situación más peliculera de todo el viaje. Resulta que el amable señor que nos invitó a pescaito frito el día anterior iba a Georgia también ese día, el mismo que nosotros. Así que nos dio su móvil y quedó en llamarnos cuando pasara por Hopa, para recogernos y tirar para Batumi, la ciudad georgiana donde íbamos todos.

Tras varias llamadas, con una actitud desconcertantemente servicial, se presenta en el pueblo aquel señor. Pero no solo sino con tres amigos más y en dos lujosos coches. Las pintas de armarios empotraos de todos ellos no ayudan a confiar mucho. Tampoco que nos tuviéramos que separar en dos coches. Viendo el panorama, empezamos a bromear con que nos iban a secuestrar para vender nuestros órganos y demás movidas. Aquí tenéis un video despidiéndome de mi familia.


Llegamos a la frontera, nos reencontramos todos y decidimos separarnos de aquellos individuos. Los ‘mafiosos’ cruzan como Pedro por su casa, saludando a los policías… Nadie nos exige pasar el equipaje por el escáner, y tengo mis dudas de que les pidieran el pasaporte a los cuatro personajes en cuestión.
La primera impresión al cruzar al lado georgiano fue horrible. Gente de aspecto pobre nada más que acechando, un nota con una pistola pequeña, un chulo con su puta… y los mafiosos. Cuando decidimos separarnos de ellos hubo un último detalle sospechoso: nos dijeron que no habían autobuses hasta Batumi, y comprobamos que salían cada diez minutos.

Cogemos uno y nos encajamos allí de momento. En el camino, justo antes de bajarnos, nos encontramos andando por la calle a Slavek, el checo con el que fui a Chipre. El nota se había tirado hora y pico mirando cada autobús que pasaba a ver si íbamos en él. Había estado viajando solo, con el móvil no operativo y sus inseparables chanclas con calcetines. Con esta magnífica incorporación nos damos una vuelta por el paseo marítimo. Preciosas vistas para todos lados: en uno el mar y a la espalda enormes montañas nevadas, un paisaje que casi no nos abandonaría en nuestros días en Georgia.

Con la noche ya encima, nos reunimos con el resto del grupo y cenamos juntos. Ahora es cuando os tengo que hablar de la cosa más infernal que he vivido en Georgia. Ni el frío ni na. Hay una especia que en español se llama cilantro y que se la echan a todas las comidas. Es la cosa más repulsiva que he probado en mi vida. No voy ni a intentar describir su sabor porque acabé verdaderamente traumatizado. Nos jartamos de pedir khimkali, el plato más típico sin duda en Georgia. Son unas bolsas de pasta rellenas con pésima carne picada, queso ultrasalado o patata, la única combinación aceptable, por no llevar la dichosa especia. Entre las fotos del día 5 hay alguna del manjar este que digo...


Esta fue sin duda la noche más dura del viaje. La cena me provocó una fatiga brutal en las pocas horas que pude descansar, ya que tocaba madrugón. Para colmo se fue la luz en el cutre hostal y pasamos la noche en penumbra y sin calefacción ni agua caliente.

Al menos la cerveza estaba baratísima: 1 GEL (lari) por jarra, prácticamente lo mismo que en liras. 40 céntimos de euro. Se nota en la mentalidad de la gente en Georgia el toque europeo, soviético concretamente, y cristiano, religión mayoritaria en el país. 

Día 6: Batumi – Gori – Tbilisi

Como digo, Georgia es un país que perteneció a la Unión Soviética. De hecho, en Gori, primera escala de este sexto día, nació Stalin. No entramos a 'su' museo porque era caro y nos dijeron que no merecía tanto la pena. Sí vimos su supuesta casa de la infancia y el tren donde supuestamente viajaba.
Entre las fotos siguientes, el pueblo de Gori y unas cuevas de las afueras.


Con la noche ya cayendo, poco más allá de las seis de la tarde, tiramos para Tbilisi, la capital de Georgia. Teníamos la referencia de un hostal de ambiente juvenil en el que el precio era la voluntad, y para allá que fuimos. Efectivamente, fue todo un hallazgo, con personas de todos lados (alemanes, checos, australianos, rusas, estadounidenses…) y un ambiente ciertamente fiestero. El Nest Hostel, que se llama, se convirtió en nuestro ‘campamento base’ y terminamos pasando allí dos noches más.

Día 7: Tbilisi

La reventaera acumulada en el cuerpo nos hizo decidir tomarnos un día de relax, sin despertadores y sin movernos mucho. Así que este día lo dedicamos a pasear y a conocer el casco antiguo de Tbilisi.


No soy yo muy de echarle cuenta a los monumentos religiosos, más allá de su tremendo valor arquitectónico muchas veces, pero me llamó especialmente la atención la catedral de esta ciudad, por su simetría y su sencillez. También por la particular decoración interior, ya que es un templo ortodoxo, como casi todos en Tbilisi.

Aprovecho ahora para presentaros a mis más cercano grupo en este viaje, el Chupacabra’s Team, formado por los tres españoles, los dos polacos más molones (Filip y Agniezska) y Slavek. Aunque fuimos doce, nos dividimos en dos grupos después de la experiencia caótica en Trabzon. El nombre viene porque fue la primera palabra que soltó Filip en español. A saber cómo, cuándo y dónde ha aprendido ese disparate.

Día 8: Tbilisi – Kashvegi

Teníamos entendido que el norte de Georgia era una zona digna de ver, por sus paisajes naturales y montañosos, así que decidimos visitarla. Pero antes, quisiera compartir con vosotros la canción infantil tan magnífica que tuvo la bondad de compartir con nosotros cierto taxista georgiano:


De nuevo empleamos buena parte del día en viajar, ahora a esa parte norte, Kashvegi. En concreto a un pueblo llamado Stepantsminda, situado entre imponentes montañas de más de 3.000 metros, las cercanas, y 5.000 y pico las más altas.

La noche llega de nuevo pronto, pero es demasiado temprano para dormir, así que nos limitamos, Filip y yo, a echar las horas jugando a tavla, nombre turco de este entretenido juego de mesa, muy popular en Turquía, que quizá conozcáis como backgammon, su nombre más internacional. Y con poco más consumimos el tiempo de este octavo día, antes de ir a la cama, esperando explorar aquellas impresionantes montañas al día siguiente.

Día 9: Kashvegi – Tbilisi

Tengo que decir que tuvimos mucha suerte con el tiempo a lo largo de todo el viaje. No nos llovió ni una vez, pese a la fama lluviosa del Mar Negro. Aún así, está claro que la suerte es un concepto relativo: la mujer del hostal de Kashvegi nos consideró afortunados por levantarnos a -6º C ese día, en lugar de los -11º C que dijo que habían tenido varios días atrás. Nada que cinco capas de ropa más el pijama debajo del pantalón no pudieran combatir. Por cierto, la mujer que llevaba el hostal (y el hostal) se llamaba Nazi y era judía…


Teníamos planeado ver varias cosas este helado y nevoso día de senderismo. La más llamativa, al menos para mí, la frontera con Rusia. Estaba bastante cerca, lo suficiente como para que nos decidiéramos a emprender el camino andando. En el trayecto nos recogió un autobús de obreros que probablemente iban a currar a Rusia y nos dejaron justo al lado de la frontera, en un monasterio que queríamos visitar por su supuesta importancia y que resultó un poco fiasco para tanta expectación.

Lo guapo fue caminar justo hasta la frontera. Intentamos pasar a tierras rusas, aunque fuera para asomarnos y decir que estuvimos, pero no nos dejaron ni echar fotos (aunque las hicimos). Me dan coraje los países estos que quieren ser europeos, asiáticos y ellos mismos según su conveniencia, como Rusia, Israel (!) o la propia Turquía. Si fueran europeos de verdad habríamos podido entrar con el DNI o el pasaporte si un visado especial ni movidas de esas. Total, que nos volvimos para atrás y vimos unas cataratas, heladas por estas fechas, que merecieron la pena de andar con los pies fríos entre la espesa nieve.

De vuelta al pueblo tuvimos tiempo todavía de subir a un monasterio situado en la cima de una montaña cercana. La falta de oxígeno se hizo notar bastante en la subida. Acabé extenuado hasta el punto de que me perdí de mis compañeros, una vez arriba. Pensé que habían pasado de mí y se habían vuelto, y decidí bajar solo.

Nada más iniciar el camino de vuelta vi que bajaba un todoterreno, así que intenté pararlo a ver si tenía la bondad de montarme y ahorrarme el descenso andando. Eran tres tíos, que dijeron estar en una misión diplomática (les faltó decir ‘secreta’) y que no les estaba permitido llevar a nadie. Los maldije intensamente pero al final se pararon 20 metros más adelante y me subieron con la condición de no decirle nada a nadie…

El coche llevaba fuera una pegatina de la bandera de la Unión Europea y unas siglas que no recordé. Dos de los ocupantes, treintañeros, llegaron a hablar hasta en cinco idiomas durante el camino: georgiano, ruso, perfecto inglés y algo de rumano e italiano. El conductor, un hombre más mayor, era italiano y también hablaba bien inglés. Me acojoné un poco con tanto secretismo porque nadie llegó a explicarme nada.

Por no perder el hilo de lo de los idiomas, comentar que el georgiano tiene un alfabeto propio muy curioso. Creo que no se parece demasiado al ruso pero la mayoría de la gente habla esta segunda lengua también. Nosotros tuvimos suerte porque por lo visto el ruso se parece al polaco, así que Filip y Agniezska se apañaban bien para comunicarse con la gente, sobre todo Aga, que ha dado clases de ruso. También las lituanas lo controlan un poco, ya que Rusia y Lituania son países vecinos.

Volviendo a la jornada 9, al final vuelta a Tbilisi para pasar la última noche en la capital, penúltima de nuestra estancia en Georgia.

Día 10: Tbilisi – (tren a) Batumi

Kenny
Pensando ya en volver, con el billete del tren nocturno de vuelta comprado, el último día en Tbilisi volvió a ser relajante, viendo cosas antes de irnos. Aquí destacaría a Kenny, un chaval muy curioso que conocimos gracias al sistema de hospedaje del couchsurfing. Es de EEUU (de Los Ángeles), de ascendencia y rasgos japoneses. El tío es un deportista semi-profesional. Ha corrido maratones por todo el mundo, representando a Japón, y le ha llegado a vestir Nike, cuando vivía en EEUU. Me gustó su forma de ser: sencilla, tranquila y simpática. Con él estuvimos casi todo el día dando vueltas, hasta que llegó la hora de tirar para la estación e iniciar el camino de regreso.

Tocaba rehacer la ruta de ida, en el sentido contrario. El tren nocturno nos dejaría en Batumi a primera hora del lunes, con tiempo suficiente para tirar de vuelta a Trabzon, desde donde debíamos pillar el autobús a Gaziantep.

Pero antes que nada, una segunda entrega de fotos de Tbilisi...


Así que nuestra última noche la pasamos, como digo, en un tren atestado de asientos-cama, más confortables de lo que el reducido espacio invitaba a pensar. Conocimos a varias personas más. Entre ellas a dos rusos que venían de Moscú, camino de algún lugar para hacer negocios. Probablemente estaban drogados, porque no pararon de ir para un lado y para otro, diciéndome todo el rato que les llamara cuando fuera a Moscú. Uno de ellos me dio su móvil y me enseñó una foto de una modelo, diciéndome que me podía conseguir una chica así cuando le visitara. En fin, más gente extraña del rollo corrupto de los de la frontera.

Una vez en Batumi compré algo de vino antes de abandonar el país. El vino georgiano es muy bueno por lo visto, pero yo ya he probado el que compré y bien podría pasar por un cartón de Don Simón.

En Georgia son dos horas más que en Turquía (tres más que en España), así que al cruzar la frontera le ganamos tiempo al reloj, que tampoco hizo falta porque íbamos bien. Sin mayores novedades que los cinco coches que necesité para llegar a Trabzon, muy rápido, eso sí, nos dimos una vuelta y tiramos para la estación. Nos esperaban en teoría 17 horas de autobús que, por si no fueran suficientes, se convertirían en 20.

Día 11: Batumi  Trabzon – Gaziantep

'Tavla' de papel que hicimos para jugar en el autobús
Este último día se puede identificar simplemente con el soporífero viaje de vuelta. Como digo, se fue el asunto hasta las 20 horas de viaje. El motivo no fue otro sino que el chófer se equivocó y pensó que estaba conduciendo un autobús urbano, parando en cada pueblo, estación de servicio, restaurante y cuneta en medio del campo.

El caso es que llegamos y dejé atrás el viaje más duro que he hecho hasta ahora en mi vida. 12 días fuera de casa, con desplazamientos casi diarios, sin ningún tipo de lujos y a veces sin cosas básicas… Uno termina deseando volver al confort del hogar.

Pero bueno, pese a las numerosas situaciones de estrés que se sufren, este tipo de experiencias son de las que cobran importancia en la memoria conforme pasa el tiempo. Viajar te hace crecer como persona, te pase lo que te pase. Por eso me gusta. Pero bueno, ahora toca relajarse un poco y contener el gasto, que viene la operación ‘Vuelta a casa por Navidad’.

Bayram: vacaciones en el Mar Negro y Georgia

Mañana (hoy, con esto de que escribo de madrugada) partimos hacia el Mar Negro, la región noreste de Turquía. Va a ser el primer viaje gordo en cuanto a duración, distancia, recorrido... Cruzamos el país de sur a norte, vaya. Esperamos estar fuera entre diez días y dos semanas, visitando la costa siempre hacia el este, buscando alcanzar la frontera con Georgia y tener la oportunidad de visitar también ese país.


Aunque Miguel y yo tenemos más bien pocas obligaciones académicas, entre los que vamos hay quien trabaja, tiene clases... El caso es que ahora hay unos días de vacaciones a nivel nacional (Bayram), del 6 al 9 concretamente, por una festividad religiosa musulmana, que aunque Turquía es un país laico se nota la influencia de la religión mayoritaria, como en España con el cristianismo. Podríamos decir pues que son los días equivalentes a nuestra Navidad. La gente aprovecha para volver a su ciudad de origen y eso.

Un amigo me contaba esta tarde que tienen dos grandes fiestas nacionales religiosas  al cabo del año: esta, Eid al-Adha, traducible como 'Celebración del sacrificio' (de un cordero) y Eid al-Fitr, que marca el fin del ayuno del Ramadán, cuya fecha varía para nosotros por utilizar el calendario musulmán, que es lunar y tiene 11 días menos que el nuestro, solar, que se llama gregoriano. Qué curioso, oiga.

Volviendo al viaje, he estado intentando encontrar hospedaje en varios lugares del camino, desde Amasya a Tbilisi, la capital de Georgia, mediante el sistema este del couchsurfing. Quizá nos acoja alguien en Trabzon y en Rize. Aunque lo he solicitado demasiado a última hora, sería estupendo encontrar a alguien más, teniendo en cuenta que no tenemos garantizado un techo para casi ninguno de los días, de momento. Algunos de los compañeros con los que voy son entusiastas de la acampada libre, pero yo tengo mis dudas sobre los límites de este tipo de aventuras...

Salgo a las 20:30 de Gaziantep y llego a Amasya por la mañana del viernes. Unas doce horas de autobús. Pocas cosas previstas y mucho que ver. Toda la información que tengo sobre esta región del país es que hace mucho frío, llueve siempre y hay paisajes naturales muy bonitos por todos lados.

De Georgia sí que sé poco, por eso me voy a llevar algo para leer al respecto. Sólo sé que limita al sur con Armenia y al norte con Rusia. Y al este con Azerbaiyán según veo en este instante. Ah, y que está el problema político de Osetia, con la parte norte rusa y la sur perteneciente a Georgia. El conflicto se da porque los osetios se consideran un grupo étnico diferente y no identificado con ninguno de esos dos países.  Suena to mu exótico y mu peligroso, ¿cierto? Intentaré no meterme en líos. Esta vez me llevo la libreta para escribir durante el viaje, con la frecuencia que pueda. ¡Os cuento a la vuelta!