Sin más preámbulos que lo que comenté en el post de antes de irme, procedo a contaros cronológicamente este, mi último viaje. Tras varios días de elaboración y otros tantos de problemas técnicos, me ha quedado un texto largo, pero el viaje también ha sido así :)
Día 1: Gaziantep –
Amasya
Salimos de la estación de autobuses (otogar) de Gaziantep en
la tarde del jueves, pero incluyo ese primer tramo como parte del viernes, el
primer día enteramente aprovechado del viaje. 12 horas de autobús por delante hasta
Amasya, una ciudad no muy grande
situada entre montañas, en el norte pero todavía a cierta distancia del Mar Negro.
Ahora que ya ha pasado, tengo que reconocer que el camino fue
un poco infame. Nada de autopistas en casi todo el trayecto. Cruzamos el país entero,
de sur a norte, por carreteras que en España
serían más comarcales que nacionales. Aun así las vistas se vuelven magníficas
a partir de la mitad del recorrido, con el entorno cada vez más nevado. No me
esperaba encontrar nieve tan pronto, pese a que el termómetro bajó en plena
noche hasta 1ºC. Recuerdo especialmente
despertarme de la última cabezada con la imagen impresionante de ir de repente
entre colinas nevadas infinitas, con el horizonte cubierto por la niebla. Luego
me acojoné un poco porque poco antes de llegar atravesamos un puerto de montaña
bastante imponente, no ya por las curvas sino porque la
carretera estaba helada.
Al llegar a Amasya
nos reunimos, los tres españoles, con el resto de nuestros amigos, que habían
llegado unas horas antes. Algunos de ellos tenían la intención de emprender el
camino hacia Georgia nada más
llegar, pero la belleza del sitio les convenció para quedarse allí el
primer día. Para muestra, las fotos.
Por la noche conocimos a una pareja de jóvenes que habíamos conseguido que nos hospedaran. Fue todo un triunfo conocerles, ya no sólo por la enorme hospitalidad que hay que tener para meter a extraños en tu casa sino porque resultaron ser muy interesantes personas. Ella psicóloga, como Laura, y con muy buen nivel de inglés. Él, profesor, futbolero y muy interesado en política, sociología… Totalmente ateos y asqueados de la religión, se habían casado pocas semanas antes para evitar tener que esconder que estaban viviendo juntos.
Por la noche conocimos a una pareja de jóvenes que habíamos conseguido que nos hospedaran. Fue todo un triunfo conocerles, ya no sólo por la enorme hospitalidad que hay que tener para meter a extraños en tu casa sino porque resultaron ser muy interesantes personas. Ella psicóloga, como Laura, y con muy buen nivel de inglés. Él, profesor, futbolero y muy interesado en política, sociología… Totalmente ateos y asqueados de la religión, se habían casado pocas semanas antes para evitar tener que esconder que estaban viviendo juntos.
Tras charlar amistosamente y cenar, una vuelta por la ciudad
antes de ir a dormir y despedirnos de ella. Un té de manzana (elma
çay), fruta muy típica en la zona, y varias cachimbas (nargile),
también de ese sabor, sirvieron para cerrar este primer y largo día.
Día 2: Amasya – Trabzon
Dejamos Amasya para iniciar un día de clara transición, empleado en avanzar hacia el este hasta llegar a Trabzon, ya a orillas del Mar Negro y a unos 450 km, distancia suficiente para consumir todas las horas de sol sólo con el desplazamiento.
Todo lo hicimos en autostop, como ya es costumbre. Definitivamente, es facilísimo viajar así en Turquía. Es curioso que todo el mundo advierte de que es peligroso pero también la mayoría de la gente está dispuesta a subirte amistosa y servicialmente.
Cubrimos todo el trayecto en sólo dos coches. Primero un chaval nos llevó de Amasya a Samsum, al norte, logrando contactar con la carretera que bordea toda la costa del Mar Negro. Luego una pareja que venía de Estambul nos montó justo cuando estábamos a punto de cambiarnos de sitio. Tuvimos suerte.
El primer contacto con Trabzon consistió en dar una vuelta por el centro y buscar alojamiento y algún lugar
para la fiesta, pa eso era sábado y habíamos tenido un día de aturdimiento. Ni
con las vacaciones estas del Bayram
se animan los turcos, que en el norte del país siguen teniendo un concepto
bastante distinto de la diversión en sociedad, para mi desgracia.
Como último dato futbolístico, decir que en el Trabzonspor juega Zokora (el que se 'desmaya' en el video), ex del Sevilla, y que el equipo está este año en Champions (en el grupo del Inter), ya que la temporada pasada quedaron segundos, por detrás del ¿corrupto? Fenerbahçe.
Día 4: Trabzon – Hopa
Día 9: Kashvegi – Tbilisi
Tengo que decir que tuvimos mucha suerte con el tiempo a lo largo de todo el viaje. No nos llovió ni una vez, pese a la fama lluviosa del Mar Negro. Aún así, está claro que la suerte es un concepto relativo: la mujer del hostal de Kashvegi nos consideró afortunados por levantarnos a -6º C ese día, en lugar de los -11º C que dijo que habían tenido varios días atrás. Nada que cinco capas de ropa más el pijama debajo del pantalón no pudieran combatir. Por cierto, la mujer que llevaba el hostal (y el hostal) se llamaba Nazi y era judía…
Pensando ya en volver, con el billete del tren nocturno de
vuelta comprado, el último día en Tbilisi volvió a ser relajante, viendo
cosas antes de irnos. Aquí destacaría a Kenny, un chaval muy curioso que
conocimos gracias al sistema de hospedaje del couchsurfing. Es de EEUU (de
Los Ángeles), de ascendencia y rasgos japoneses. El tío es un deportista
semi-profesional. Ha corrido maratones por todo el mundo, representando a
Japón, y le ha llegado a vestir Nike, cuando vivía en EEUU. Me gustó su forma
de ser: sencilla, tranquila y simpática. Con él estuvimos casi todo el día
dando vueltas, hasta que llegó la hora de tirar para la estación e iniciar el
camino de regreso.
Este último día se puede identificar simplemente con el
soporífero viaje de vuelta. Como digo, se fue el asunto hasta las 20 horas de
viaje. El motivo no fue otro sino que el chófer se equivocó y pensó que estaba
conduciendo un autobús urbano, parando en cada pueblo, estación de servicio,
restaurante y cuneta en medio del campo.
Dejamos Amasya para iniciar un día de clara transición, empleado en avanzar hacia el este hasta llegar a Trabzon, ya a orillas del Mar Negro y a unos 450 km, distancia suficiente para consumir todas las horas de sol sólo con el desplazamiento.
Todo lo hicimos en autostop, como ya es costumbre. Definitivamente, es facilísimo viajar así en Turquía. Es curioso que todo el mundo advierte de que es peligroso pero también la mayoría de la gente está dispuesta a subirte amistosa y servicialmente.
Cubrimos todo el trayecto en sólo dos coches. Primero un chaval nos llevó de Amasya a Samsum, al norte, logrando contactar con la carretera que bordea toda la costa del Mar Negro. Luego una pareja que venía de Estambul nos montó justo cuando estábamos a punto de cambiarnos de sitio. Tuvimos suerte.
Un porrón de kilómetros hasta Trabzon, siempre con el mar a la izquierda y la verde montaña a la
derecha, por una autovía a menudo interrumpida por poblaciones costeras con
amplias bahías y paseos marítimos. Un camino muy bonito, vaya.
Miguel, el 'fichaje' Benjamin, Filip y yo |
Aún así, unos chavales que conocimos nos procuraron una
especie de fiesta privada, un poco desconcertante. Improvisaron unos camareros
y un DJ antipático que cortó el rollo en seco a las 2. Por lo menos conocimos a
Benjamin, un personaje que creo que
se merece una mención especial por ser el primer turco que veo que va de to
menos sereno.
Día 3: Trabzon
Del día entero en Trabzon
se nos fue medio esperando a las tías. Nos habíamos dividido para dormir: Miguel, Filip y yo en un hostal y ellas en casa de una chavala turca. Seis
muchachas acicalándose una a una y claro… perdimos toda la mañana.
En definitiva, ese día lo dedicamos más a esperarnos
mutuamente que a ver cosas. Lo más relevante, sin duda, fue comprobar el
extraordinario ambiente futbolero que hay en la ciudad. Era día de partido y
los aficionados empezaron a pasear por las calles desde por la mañana, con
algún atuendo con los colores tan característicos del Trabzonspor: celeste y grana. Hay verdadera devoción por el equipo.
La ciudad y el club están totalmente integrados. Comparten escudo, colores, sentimientos... Ante tal ambiente, me permití el capricho de comprarme la camiseta.
Pasamos por el estadio pero nadie más aparte de mí quería entrar al
partido, así que decidí hacer un esfuerzo y renunciar para
poder seguir viendo la ciudad con el resto de la gente. Lo peor que pude elegir. No
hicimos más que andar por calles grises hasta un museo de escasita importancia,
la verdad. Terminé enloqueciendo por estar perdiéndome el partido y tiré para el estadio con Laura y Filip. Conseguimos que nos dejaran
entrar y ver los últimos 15 minutos, suficiente para quitarme la espinita y
vivir aquel ambiente magnífico.
Como último dato futbolístico, decir que en el Trabzonspor juega Zokora (el que se 'desmaya' en el video), ex del Sevilla, y que el equipo está este año en Champions (en el grupo del Inter), ya que la temporada pasada quedaron segundos, por detrás del ¿corrupto? Fenerbahçe.
Aquí dejo las fotos del resto de cosas que vimos ese día en Trabzon.
Día 4: Trabzon – Hopa
Otro día dedicado a desplazarnos. Decidimos dormir en Hopa,
uno de los últimos pueblos costeros antes de la frontera con Georgia, para
cruzar al nuevo país al día siguiente, con toda la jornada por delante.
Paramos a comer en Rize, donde nos deja nuestro amable
primer conductor, que nos invita a comer pescaito del bueno: boquerones,
salmonetes y pijotas. Primera vez que lo probaba en casi dos meses en Turquía,
más allá de las latas de atún (muy caras). Yo no soy mucho de pescao pero fue gloria
bendita. Ya apetecía, después de tanto kebab de pollo y sopas extrañas de cordero.
Ya en Hopa, nos recibe un vendaval del copón. Vemos el atardecer y nos
ponemos a buscar hospedaje. Nos fallan los dos couchsurfers que teníamos apuntados y activamos inmediatamente el
plan B: hostales de mala muerte (que diga, baratos). Preguntamos en un par de
sitios que resultan ser prostíbulos, pero no nos convenció el asunto y optamos
por un hostal de los normales, negociando el agua caliente y la calefacción. No
es broma. Al final elegimos la tarifa “sin lujos”, para que no se fuera del
presupuesto.
Por lo demás, Hopa es un pueblecillo de mala muerte. No
sabíamos ni dónde estaba el centro, que debía ser la calle de los burdeles. Lo
pasamos muy bien de todas formas, primero con unos colegas que hicimos en una
licorería, que nos invitaron a las últimas botellas de vino, y luego lo mismo
en otra tienda, con otra gente. Fue una de las pocas situaciones que me han
recordado a España hasta ahora: el padre de familia ‘esbardao’ abonado al bar
24 horas…
Día 5: Hopa –
Batumi
En la mañana de este quinto día vivimos la situación más
peliculera de todo el viaje. Resulta que el amable señor que nos invitó a
pescaito frito el día anterior iba a Georgia también ese día, el mismo que
nosotros. Así que nos dio su móvil y quedó en llamarnos cuando pasara por Hopa,
para recogernos y tirar para Batumi, la ciudad georgiana donde íbamos todos.
Tras varias llamadas, con una actitud desconcertantemente
servicial, se presenta en el pueblo aquel señor. Pero no solo sino con tres amigos
más y en dos lujosos coches. Las pintas de armarios empotraos de todos ellos no
ayudan a confiar mucho. Tampoco que nos tuviéramos que separar en dos coches. Viendo
el panorama, empezamos a bromear con que nos iban a secuestrar para vender
nuestros órganos y demás movidas. Aquí tenéis un video despidiéndome de mi
familia.
Llegamos a la frontera, nos reencontramos todos y decidimos
separarnos de aquellos individuos. Los ‘mafiosos’ cruzan como Pedro por su
casa, saludando a los policías… Nadie nos exige pasar el equipaje por el
escáner, y tengo mis dudas de que les pidieran el pasaporte a los cuatro
personajes en cuestión.
La primera impresión al cruzar al lado georgiano fue
horrible. Gente de aspecto pobre nada más que acechando, un nota con una
pistola pequeña, un chulo con su puta… y los mafiosos. Cuando
decidimos separarnos de ellos hubo un último detalle sospechoso: nos dijeron
que no habían autobuses hasta Batumi, y comprobamos que salían cada diez
minutos.
Cogemos uno y nos encajamos allí de momento. En el camino,
justo antes de bajarnos, nos encontramos andando por la calle a Slavek, el
checo con el que fui a Chipre. El nota se había tirado hora y pico mirando cada
autobús que pasaba a ver si íbamos en él. Había estado viajando solo, con el
móvil no operativo y sus inseparables chanclas con calcetines. Con esta
magnífica incorporación nos damos una vuelta por el paseo marítimo. Preciosas
vistas para todos lados: en uno el mar y a la espalda enormes montañas nevadas,
un paisaje que casi no nos abandonaría en nuestros días en Georgia.
Con la noche ya encima, nos reunimos con el resto del grupo
y cenamos juntos. Ahora es cuando os tengo que hablar de la cosa más infernal
que he vivido en Georgia. Ni el frío ni na. Hay una especia que en español se
llama cilantro y que se la echan a todas
las comidas. Es la cosa más repulsiva que he probado en mi vida. No voy ni a
intentar describir su sabor porque acabé verdaderamente traumatizado. Nos
jartamos de pedir khimkali, el plato más típico sin duda en Georgia. Son unas
bolsas de pasta rellenas con pésima carne picada, queso ultrasalado o patata,
la única combinación aceptable, por no llevar la dichosa especia. Entre las fotos del día 5 hay alguna del manjar este que digo...
Esta fue sin duda la noche más dura del viaje. La cena me provocó una fatiga brutal en las pocas horas que pude descansar, ya que tocaba madrugón. Para colmo se fue la luz en el cutre hostal y pasamos la noche en penumbra y sin calefacción ni agua caliente.
Esta fue sin duda la noche más dura del viaje. La cena me provocó una fatiga brutal en las pocas horas que pude descansar, ya que tocaba madrugón. Para colmo se fue la luz en el cutre hostal y pasamos la noche en penumbra y sin calefacción ni agua caliente.
Al menos la cerveza estaba baratísima: 1 GEL (lari) por
jarra, prácticamente lo mismo que en liras. 40 céntimos de euro. Se nota en la mentalidad de la gente en Georgia el toque europeo, soviético concretamente, y cristiano, religión
mayoritaria en el país.
Día 6: Batumi –
Gori – Tbilisi
Como digo, Georgia es un país que perteneció a la
Unión Soviética. De hecho, en Gori, primera escala de este sexto día, nació
Stalin. No entramos a 'su' museo porque era caro y nos dijeron que no merecía tanto
la pena. Sí vimos su supuesta casa de la infancia y el tren donde supuestamente
viajaba.
Entre las fotos siguientes, el pueblo de Gori y unas cuevas
de las afueras.
Con la noche ya cayendo, poco más allá de las seis de la
tarde, tiramos para Tbilisi, la capital de Georgia. Teníamos la referencia de un hostal de
ambiente juvenil en el que el precio era la voluntad, y para allá que fuimos.
Efectivamente, fue todo un hallazgo, con personas de todos lados (alemanes,
checos, australianos, rusas, estadounidenses…) y un ambiente ciertamente fiestero.
El Nest Hostel, que se llama, se convirtió en nuestro ‘campamento base’ y
terminamos pasando allí dos noches más.
Día 7: Tbilisi
La reventaera acumulada en el cuerpo nos hizo decidir
tomarnos un día de relax, sin despertadores y sin movernos mucho. Así que este
día lo dedicamos a pasear y a conocer el casco antiguo de Tbilisi.
No soy yo muy de echarle cuenta a los monumentos religiosos,
más allá de su tremendo valor arquitectónico muchas veces, pero me llamó
especialmente la atención la catedral de esta ciudad, por su simetría y su
sencillez. También por la particular decoración interior, ya que es un templo
ortodoxo, como casi todos en Tbilisi.
Aprovecho ahora para presentaros a mis más cercano grupo en este viaje, el Chupacabra’s Team,
formado por los tres españoles, los dos polacos más molones (Filip y Agniezska)
y Slavek. Aunque fuimos doce, nos dividimos en dos grupos después de la
experiencia caótica en Trabzon. El nombre viene porque fue la primera palabra
que soltó Filip en español. A saber cómo, cuándo y dónde ha aprendido ese
disparate.
Día 8: Tbilisi –
Kashvegi
Teníamos entendido que el norte de Georgia era una zona
digna de ver, por sus paisajes naturales y montañosos, así que decidimos visitarla. Pero antes, quisiera compartir con vosotros la canción infantil tan magnífica que tuvo la bondad de compartir con nosotros cierto taxista georgiano:
De nuevo empleamos buena parte del día en viajar, ahora a esa parte norte, Kashvegi. En concreto a un pueblo llamado Stepantsminda, situado entre imponentes montañas de más de 3.000 metros, las cercanas, y 5.000 y pico las más altas.
De nuevo empleamos buena parte del día en viajar, ahora a esa parte norte, Kashvegi. En concreto a un pueblo llamado Stepantsminda, situado entre imponentes montañas de más de 3.000 metros, las cercanas, y 5.000 y pico las más altas.
La noche llega de nuevo pronto, pero es demasiado temprano
para dormir, así que nos limitamos, Filip y yo, a echar las horas jugando a tavla,
nombre turco de este entretenido juego de mesa, muy popular en Turquía, que
quizá conozcáis como backgammon, su nombre más internacional. Y con poco más consumimos el tiempo de este octavo día, antes de ir a la cama,
esperando explorar aquellas impresionantes montañas al día siguiente.
Día 9: Kashvegi – Tbilisi
Tengo que decir que tuvimos mucha suerte con el tiempo a lo largo de todo el viaje. No nos llovió ni una vez, pese a la fama lluviosa del Mar Negro. Aún así, está claro que la suerte es un concepto relativo: la mujer del hostal de Kashvegi nos consideró afortunados por levantarnos a -6º C ese día, en lugar de los -11º C que dijo que habían tenido varios días atrás. Nada que cinco capas de ropa más el pijama debajo del pantalón no pudieran combatir. Por cierto, la mujer que llevaba el hostal (y el hostal) se llamaba Nazi y era judía…
Teníamos planeado ver varias cosas este helado y nevoso día
de senderismo. La más llamativa, al menos para mí, la frontera con Rusia.
Estaba bastante cerca, lo suficiente como para que nos decidiéramos a emprender el camino andando. En el trayecto nos recogió un autobús de obreros que probablemente iban a currar a Rusia y nos
dejaron justo al lado de la frontera, en un monasterio que queríamos visitar por su supuesta importancia y
que resultó un poco fiasco para tanta expectación.
Lo guapo fue caminar justo hasta la frontera. Intentamos
pasar a tierras rusas, aunque fuera para asomarnos y decir que estuvimos, pero
no nos dejaron ni echar fotos (aunque las hicimos). Me dan coraje los países estos
que quieren ser europeos, asiáticos y ellos mismos según su conveniencia, como
Rusia, Israel (!) o la propia Turquía. Si fueran europeos de verdad habríamos
podido entrar con el DNI o el pasaporte si un visado especial ni movidas de
esas. Total, que nos volvimos para atrás y vimos unas cataratas,
heladas por estas fechas, que merecieron la pena de andar con los pies fríos
entre la espesa nieve.
De vuelta al pueblo tuvimos tiempo todavía de subir a un
monasterio situado en la cima de una montaña cercana. La falta de oxígeno se
hizo notar bastante en la subida. Acabé extenuado hasta el punto de que me
perdí de mis compañeros, una vez arriba. Pensé que habían pasado de mí y se
habían vuelto, y decidí bajar solo.
Nada más iniciar el camino de vuelta vi que bajaba un
todoterreno, así que intenté pararlo a ver si tenía la bondad de montarme y
ahorrarme el descenso andando. Eran tres tíos, que dijeron estar en una
misión diplomática (les faltó decir ‘secreta’) y que no les estaba permitido
llevar a nadie. Los maldije intensamente pero al final se pararon 20 metros más
adelante y me subieron con la condición de no decirle nada a nadie…
El coche llevaba fuera una pegatina de la bandera de la
Unión Europea y unas siglas que no recordé. Dos de los ocupantes, treintañeros,
llegaron a hablar hasta en cinco idiomas durante el camino: georgiano, ruso,
perfecto inglés y algo de rumano e italiano. El conductor, un hombre más mayor,
era italiano y también hablaba bien inglés. Me acojoné un poco con tanto
secretismo porque nadie llegó a explicarme nada.
Por no perder el hilo de lo de los idiomas, comentar que el
georgiano tiene un alfabeto propio muy curioso. Creo que no se parece demasiado
al ruso pero la mayoría de la gente habla esta segunda lengua también. Nosotros
tuvimos suerte porque por lo visto el ruso se parece al polaco, así que Filip y
Agniezska se apañaban bien para comunicarse con la gente, sobre todo Aga, que
ha dado clases de ruso. También las lituanas lo controlan un poco, ya que Rusia
y Lituania son países vecinos.
Volviendo a la jornada 9, al final vuelta a Tbilisi para pasar la última
noche en la capital, penúltima de nuestra estancia en Georgia.
Día 10: Tbilisi – (tren
a) Batumi
Kenny |
Tocaba rehacer la ruta de ida, en el sentido contrario. El tren nocturno nos dejaría en Batumi a primera hora del
lunes, con tiempo suficiente para tirar de vuelta a Trabzon, desde donde
debíamos pillar el autobús a Gaziantep.
Pero antes que nada, una segunda entrega de fotos de Tbilisi...
Pero antes que nada, una segunda entrega de fotos de Tbilisi...
Así que nuestra última noche la pasamos, como digo, en un tren atestado de asientos-cama, más confortables de lo que el reducido espacio invitaba a pensar. Conocimos a varias personas más. Entre ellas a dos rusos que
venían de Moscú, camino de algún lugar para hacer negocios.
Probablemente estaban drogados, porque no pararon de ir para un lado y para
otro, diciéndome todo el rato que les llamara cuando fuera a Moscú. Uno de ellos me dio su
móvil y me enseñó una foto de una modelo, diciéndome que me podía conseguir una
chica así cuando le visitara. En fin, más gente extraña del rollo corrupto de
los de la frontera.
Una vez en Batumi compré algo de vino antes de abandonar el
país. El vino georgiano es muy bueno por lo visto, pero yo ya he probado el que
compré y bien podría pasar por un cartón de Don Simón.
En Georgia son dos horas más que en Turquía (tres más que en
España), así que al cruzar la frontera le ganamos tiempo al reloj, que tampoco
hizo falta porque íbamos bien. Sin mayores novedades que los cinco coches que
necesité para llegar a Trabzon, muy rápido, eso sí, nos dimos una vuelta y
tiramos para la estación. Nos esperaban en teoría 17 horas de autobús que, por si no fueran suficientes, se convertirían en 20.
Día 11: Batumi – Trabzon –
Gaziantep
'Tavla' de papel que hicimos para jugar en el autobús |
El caso es que llegamos y dejé atrás el viaje más duro que
he hecho hasta ahora en mi vida. 12 días fuera de casa, con desplazamientos
casi diarios, sin ningún tipo de lujos y a veces sin cosas básicas… Uno termina
deseando volver al confort del hogar.
Pero bueno, pese a las numerosas situaciones de estrés que
se sufren, este tipo de experiencias son de las que cobran importancia en la
memoria conforme pasa el tiempo. Viajar te hace crecer como persona, te pase lo
que te pase. Por eso me gusta. Pero bueno, ahora toca relajarse un poco y
contener el gasto, que viene la operación ‘Vuelta a casa por Navidad’.
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