De la condena del autostop y el privilegiado amanecer en Nemrut

Si no tener ningún tipo de entusiasmo por el autostop es ser muy poco aventurero, me declaro orgulloso el tío más pijo y despilfarrador del mundo. Aunque nunca había hecho hitchhiking (así le llaman a veces al autostop), no tenía ganas de estrenarme con un viaje a la montaña, a una media de 250 km de distancia de Gaziantep, según veo ahora en Google Maps.


En la ida, sin más planificación que un par de carteles que rotuló Laura, nos montamos hasta en cinco vehículos. El primero recorrió 2 km., lo justo para que el tío conversara un poco con nuestra amiga y nos dejara a las afueras de Gaziantep. El muy cachondo nos hizo creer que nos llevaría a algún lugar cercano. Pues anda que no quedaba nada.

El segundo  fue el mejor: un profesor de matemáticas con un buen coche, conducción rápida, buena música y que nos avanzó unos 80 km.

Los terceros, dos hermanos, fueron también muy simpáticos. Nos tuvieron que dejar en Adiyaman (creo que era), no sabíamos todavía cuán cerca o lejos. Aquí os dejo un video con ellos:


Casi todos los que nos acogieron nos pidieron el Facebook y el correo electrónico, como encantados por haber conocido guiris, con una actitud entusiasta, de colegueo. Si pensáis que no fue tan mal la cosa, esperad a conocer la historia del cuarto, nuestro amigo el camionero. Nos subió en el pueblo aquel que decía antes y nos dejó, tres horas después, a diez kilómetros del mismo. Fue demencial, increíble, surrealista, desconcertante e incitador al asesinato. Lógicamente, la barrera idiomática nos impidió conocer su propósito, que no era otro que llevarnos a recoger una piedra de mármol de 26 toneladas y media a una cantera en el monte más perdido de la zona. Tres horas conduciendo por caminos de tierra, a diez por hora, con una sonrisa amplia, cara de bonachón y hablándonos distendidamente en turco como si compartiéramos lengua materna.

Evidentemente, se nos hizo de noche. Aquí anochece ya sobre las 18:30. De querer ver el atardecer en Neimrut, el objetivo se convirtió en llegar allí simplemente. Para colmo, el gachó nos quiso dejar en medio de la autovía. Nos negamos y tuvo la bondad de devolvernos al pueblo de origen (!) y pagarnos un autobús a la estación. Yo me alteré mil veces más que mis amigos, que sólo les dejó de parecer buena gente aquel tío.

Ya no puedo generalizar de forma positiva respecto al carácter de los turcos. Todas las generalizaciones son falsas o imprecisas, pero lo digo más allá del deficiente mental del camión. En la estación de autobuses nos intentaron dar coba con el precio del autobús a Kahta, penúltima escala. Le preguntamos a un pasajero cuánto costaba el billete y se hizo el loco, encubriendo lo que nos hubiera dicho el chófer. No me parece nada decente que las cosas no tengan un precio fijo señalado. Al final lo sacamos por 3 liras, lo que valía. Nos había dicho 5 improvisadamente. Están bastante obsesionados con hacer dinero. Muchos se negaron a llevarnos por esa razón.

En ese último pueblo antes de llegar al monte Neimrut, tuvimos que “sucumbir” a pagar, algo que yo habría hecho gustoso con el autobús que nos llevaba desde Gaziantep, que sí cogieron algunos de nuestros colegas y que les permitió llegar bastantes horas antes que nosotros.

La idea, más allá de la aventura, era no gastar dinero. Para yok (no hay dinero) era la advertencia a todo el que se paraba. Al final nos salió más caro que a los que se fueron en bus. Lo tarde que era y el agotamiento físico y mental que teníamos (yo al menos) en lo alto, hizo que termináramos pagando 50 liras (20 €) entre los tres a un lugareño que aparentó llevarnos gratis hasta que se paró a negociar la gasolina en una estación de servicio. Le habría dado mi tarjeta y el PIN. El señor dejó a su hijo en casa para pegarse un bandazo de 60 km. por un puerto de montaña y dejarnos en lo más alto.

Llegamos sobre las 11 de la noche. Seguramente bajáramos de cero grados, a más de 2.000 metros de altura. Ni con cinco capas de ropa me quité el frío al principio. Pero bueno, pasamos la madrugada sin dormir apenas hasta que a las 5 llegó una expedición de turistas para ver el amanecer. Abrieron la tienda, nos tomamos un té calentito y subimos. Todavía no había visto las esculturas de las cabezas, emblema del lugar, ni mucho de alrededor.


Aquí os dejo las fotos. Más allá de su evidente belleza, sólo sé que las esculturas fueron construidas en el siglo I a.C. y que son templos a los dioses de varias civilizaciones: griega, persa y armena, que supongo que convivieron en la época.


Tras disfrutar del amanecer en aquel sitio, que seguramente compensara el calvario del viaje, volvimos de nuevo en autostop, esta vez con los polacos. También hubo su respectiva condena, pero al menos logramos llegar de noche de vuelta a Gaziantep. Por comentar estas últimas fotos, decir que estuvimos en la presa más grande del país, que, cómo no, se llama
Atatürk Baraji (en todos lados presente ese señor) y cenamos una indigesta ternera, carne que no probaré más aquí, en Sanliurfa, la ciudad de nuestro colega Isen. Feliz otoño tengan ustedes.

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