Burocracia, fiesta, fútbol y otras circunstancias

Entrada de la Universidad
La mayoría de vosotros sabe que llevo condenao con trámites y papeleos desde que supe que me iba de Erasmus, en mayo. El miércoles di, supuestamente, el último paso para que me dejen tranquilo hasta el final de mi estancia, en junio. Más allá de la falta de colaboración por parte de la Universidad, de la que me quejé en el primer post, he tenido algunas complicaciones adicionales, al no ser Turquía perteneciente a la Unión Europea.

Si deseas vivir en un país como éste un año sin que crean que eres un individuo peligrosamente ocioso, deberás presentar un pormenorizado contrato laboral o un documento que avale tu condición de estudiante. En mi caso, tras superar la barrera comunicativa que me impuso Gmail durante varias semanas (los correos no llegaban) y tener que llamar por teléfono a la Universidad de Gaziantep desde Sevilla, pude empezar a solventar mis miles de dudas. A base de preguntar insistentemente durante buena parte del comienzo del verano, me mandaron la carta de aceptación. Mi duda esencial siempre fue si allí de verdad sabían de mi existencia, así que ese papel me tranquilizó.

Fue ya al final del verano, poco tiempo antes de irme, cuando, así como de pasada, el encargado de Relaciones Internacionales turco me dijo que necesitaba un visado de estudiante. Algo equivalente a tener que presentarme en la embajada turca en Madrid, así de repente. Tuve suerte, de todas formas, porque dio la casualidad de que mi padre iba a la capital justo al día siguiente de enterarme de toda la movida. Le dejé original y copia hasta del carnet de La Banda y consiguió tramitármelo, de un día para otro, lo cual me hace pensar que me habría tenido que quedar a dormir allí nada más que para que me estamparan el maldito sello  en el pasaporte.

No contentos con los 60 € que cuesta el sellito, se necesita tramitar un permiso de residencia, una vez en Turquía y durante el primer mes de estancia. Digo yo que el visado de estudiante podría permitirme vivir aquí sin problemas durante el curso académico, pero qué va. Como digo, el miércoles tuve que ir a pedir el permiso de residencia. Sale por 149 TL, otros 60 €.

Me indigna el negocio evidente que se traen con los temas burocráticos. Sale más barato sacarse el visado de turista (el que necesitará quien me visite), que se tramita en el aeropuerto de llegada, cuesta 15 €, no tienes que presentar más que el pasaporte normal y corriente, y te permite estar tres meses en Turquía. Mi colega Miguel, de hecho, va a hacer eso. Este verano no le dio tiempo de sacarse el otro visado y va a salir al menos una vez por trimestre del país. Total, el viajar es un placer.

Avenida eterna en obras inmóviles, aquí al lado
Dentro de lo poco agradable que resulta todo el papeleo que os cuento, me lo pasé muy bien. Fui con tres polacos (un chaval y dos chavalas) y un turco como ‘Erasmus Helper’, muy buen chavea y mejor futbolista. Nos fuimos a tomar el postre tradicional de aquí, el Baklava, que es una delicia. Ya os contaré sobre la comida.

Después nos fuimos de birras, que aunque suena estupendo, no es lo que parece. Fue sólo una, y porque encontramos sin querer un pub, que resultó ser para ricos. Aquí lo de divertirse bebiendo alcohol en un bar no está normalizado, como ya os dije. Me supo a gloria la jarra de medio litro (10 TL = 4 €). Caro hasta para los precios en España.

Continuando con cosas parranderas, la misma noche del miércoles tuvimos nuestra primera fiesta. Durante el día los polacos no parecían estar por la labor, pero al final se cumplió lo previsto y nos juntamos en el piso de tres de ellos. No sé cuántos polacos, (los) tres españoles, varios turcos (uno medio alemán y otro medio italiano) y una lituana. Hubo muy buen rollo. Nosotros los españoles fuimos los más entusiastas con el bebercio. Llevamos cervezas varias y acabamos comprando una botella de vodka en un supermercado ‘de guardia’, jugando a la versión inglesa de ‘Yo nunca he’ (‘I’ve never’), inflándonos a chupitos. Yo no sé por qué (…) pero todas las preguntas en ese juego terminan (o empiezan) siendo de temática sexual. Y siempre se descubre alguna circunstancia morbosa inesperada.

El jueves luché como pude contra la resaca y debuté futbolísticamente por la noche. La primera pachanga con los turcos. Son un desastre, en serio. Carecen de sentido del orden táctico ni de interés por elaborar la mínima jugada. En el otro equipo, un tío se tiró todo el partido de palomero (chupaposte) en nuestra área, aunque el balón estuviera en la suya. Menos mal que era malísimo y tenía menos peligro que el pescao blanco. A nadie le preocupa defender. Para colmo, jugamos sin fuera de banda, porque la pista estaba en una especie de jaula guapísima, con una red hasta en el techo, que hacía que el balón no pudiera salir por ningún lado, cosa que aprovechaban para dar un 0% de precisión a sus pases e ir todo el rato al choque. Me acabé amargando y enfureciendo, como me suele pasar. Menos mal que al final me asocié con mi colega turco que mencionaba antes y nos buscábamos en corto, con paredes y demás, y llegábamos al área fácil. Llevaba la camiseta de La Pulga y me decían Messi todo el rato, hasta que se aprendieron mi nombre, como queriendo involucrarse, sintiéndose culpables por mi indignación. Después me sentí mal. Ganó mi equipo, aunque sea anecdótico.

Atardecer en Neimrut
Ya os he contado lo que tenía pensado contar. Dentro de unas horas salgo para Nemrut, una región montañosa al norte de Gaziantep. Es un sitio impresionante, por lo visto, donde hay unas esculturas muy grandes y antiguas de unas cabezas que son famosas por el impactante paisaje que crean. Desde luego, por las fotos sí que parece un sitio increíble. A ver si no nos pilla nublado, que la salida y la puesta de sol dicen que son dignas de ver. Pasaremos allí la noche y volvemos el domingo, con un fresquete curioso que rondará los cero grados (ni frío ni calor). Ya os cuento. Nos vemo, loko.

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