Entrada de la Universidad |
Si deseas
vivir en un país como éste un año sin que crean que eres un individuo
peligrosamente ocioso, deberás presentar un pormenorizado contrato laboral o un
documento que avale tu condición de estudiante. En mi caso, tras superar la
barrera comunicativa que me impuso Gmail durante varias semanas (los correos no
llegaban) y tener que llamar por teléfono a la Universidad de Gaziantep desde
Sevilla, pude empezar a solventar mis miles de dudas. A base de preguntar
insistentemente durante buena parte del comienzo del verano, me mandaron la
carta de aceptación. Mi duda esencial siempre fue si allí de verdad sabían de
mi existencia, así que ese papel me tranquilizó.
Fue ya al
final del verano, poco tiempo antes de irme, cuando, así como de pasada, el
encargado de Relaciones Internacionales turco me dijo que necesitaba un visado
de estudiante. Algo equivalente a tener que presentarme en la embajada turca
en Madrid, así de repente. Tuve suerte, de todas formas, porque dio la
casualidad de que mi padre iba a la capital justo al día siguiente de enterarme
de toda la movida. Le dejé original y copia hasta del carnet de La Banda y
consiguió tramitármelo, de un día para otro, lo cual me hace pensar que me
habría tenido que quedar a dormir allí nada más que para que me estamparan el
maldito sello en el pasaporte.
No contentos con los 60 € que cuesta el sellito, se necesita tramitar un permiso de residencia, una vez en Turquía y durante el primer mes de estancia. Digo yo que el visado de estudiante podría permitirme vivir aquí sin problemas durante el curso académico, pero qué va. Como digo, el miércoles tuve que ir a pedir el permiso de residencia. Sale por 149 TL, otros 60 €.
No contentos con los 60 € que cuesta el sellito, se necesita tramitar un permiso de residencia, una vez en Turquía y durante el primer mes de estancia. Digo yo que el visado de estudiante podría permitirme vivir aquí sin problemas durante el curso académico, pero qué va. Como digo, el miércoles tuve que ir a pedir el permiso de residencia. Sale por 149 TL, otros 60 €.
Me indigna
el negocio evidente que se traen con los temas burocráticos. Sale más barato
sacarse el visado de turista (el que necesitará quien me visite), que se
tramita en el aeropuerto de llegada, cuesta 15 €, no tienes que presentar más
que el pasaporte normal y corriente, y te permite estar tres meses en Turquía.
Mi colega Miguel, de hecho, va a hacer eso. Este verano no le dio tiempo de sacarse
el otro visado y va a salir al menos una vez por trimestre del país. Total, el
viajar es un placer.
Avenida eterna en obras inmóviles, aquí al lado |
Dentro de lo
poco agradable que resulta todo el papeleo que os cuento, me lo pasé muy bien. Fui con tres polacos (un chaval y dos chavalas) y un turco como ‘Erasmus
Helper’, muy buen chavea y mejor futbolista. Nos fuimos a tomar el postre tradicional de aquí, el Baklava, que es
una delicia. Ya os contaré sobre la comida.
Después nos
fuimos de birras, que aunque suena estupendo, no es lo que parece. Fue sólo
una, y porque encontramos sin querer un pub, que resultó ser para ricos. Aquí
lo de divertirse bebiendo alcohol en un bar no está normalizado, como ya os
dije. Me supo a gloria la jarra de medio litro (10 TL = 4 €). Caro hasta para los
precios en España.
Continuando
con cosas parranderas, la misma noche del miércoles tuvimos nuestra primera
fiesta. Durante el día los polacos no parecían estar por la labor, pero al
final se cumplió lo previsto y nos juntamos en el piso de tres de ellos. No sé
cuántos polacos, (los) tres españoles, varios turcos (uno medio alemán y otro
medio italiano) y una lituana. Hubo muy buen rollo. Nosotros los españoles
fuimos los más entusiastas con el bebercio. Llevamos cervezas varias y acabamos
comprando una botella de vodka en un supermercado ‘de guardia’, jugando a la
versión inglesa de ‘Yo nunca he’ (‘I’ve never’), inflándonos a chupitos. Yo no
sé por qué (…) pero todas las preguntas en ese juego terminan (o empiezan)
siendo de temática sexual. Y siempre se descubre alguna circunstancia morbosa
inesperada.
El jueves
luché como pude contra la resaca y debuté futbolísticamente por la noche. La
primera pachanga con los turcos. Son un desastre, en serio. Carecen de sentido
del orden táctico ni de interés por elaborar la mínima jugada. En el otro
equipo, un tío se tiró todo el partido de palomero (chupaposte) en nuestra
área, aunque el balón estuviera en la suya. Menos mal que era malísimo y tenía
menos peligro que el pescao blanco. A nadie le preocupa defender. Para colmo,
jugamos sin fuera de banda, porque la pista estaba en una especie de jaula
guapísima, con una red hasta en el techo, que hacía que el balón no pudiera
salir por ningún lado, cosa que aprovechaban para dar un 0% de precisión a sus
pases e ir todo el rato al choque. Me acabé amargando y enfureciendo, como me
suele pasar. Menos mal que al final me asocié con mi colega turco que
mencionaba antes y nos buscábamos en corto, con paredes y demás, y llegábamos
al área fácil. Llevaba la camiseta de La Pulga y me decían Messi todo el rato,
hasta que se aprendieron mi nombre, como queriendo involucrarse, sintiéndose
culpables por mi indignación. Después me sentí mal. Ganó mi equipo, aunque sea
anecdótico.
Ya os he
contado lo que tenía pensado contar. Dentro de unas horas salgo para Nemrut, una región montañosa al norte de Gaziantep. Es un sitio impresionante, por lo visto, donde hay unas esculturas muy grandes y
antiguas de unas cabezas que son famosas por el impactante paisaje que crean. Desde
luego, por las fotos sí que parece un sitio increíble. A ver si
no nos pilla nublado, que la salida y la puesta de sol dicen que son dignas de
ver. Pasaremos allí la noche y volvemos el domingo, con un fresquete curioso que rondará los cero grados (ni frío ni calor). Ya os cuento. Nos vemo, loko.
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